lunes, 26 de agosto de 2013

Espejos

De entre todas las costumbres que inundan la rutina media de cualquier miembro de la raza humana, quizá la de mirarse en los espejos sea la más dionisíaca, egocéntrica y, al mismo tiempo, definitoria y característica.


En reflejo en el espejo, fotografía de Michelle Olaya Ortega


Suena el despertador y, sin apenas tener fuerzas para despegar las pestañas, te levantas. Trastabillándote en la oscuridad llegas hasta el baño y enciendes la luz para hacer que lo primero que ves por la mañana sea tu propia cara (en condiciones deplorables, como nos pasa a todos). Te duchas, te vistes, te peinas... y vuelves a caer en la trampa. Anda, mira, ahí estas, parece que ha mejorado mucho tu aspecto desde la última visita. Listo para salir a la calle recoges tu teléfono móvil, tu cartera y las llaves, sales al descansillo y llamas al ascensor. De nuevo te topas con tu imagen reflejada en una superficie de cristal pulido, como si no hubiese sido suficiente.
Una vez en la calle te miras en escaparates, retrovisores...pensando que aquel o aquella que está al otro lado puede escaparse. Te buscas a ti mismo en cualquier sitio que tenga la capacidad de reflejarte y ahí estás, no te has ido. Tus amigos y amigas parecen poder verte, por lo que puedes deducir que no eres transparente, que la reproducción que te han ofrecido tantos espejos por el camino es real, pero a veces ni con esas se difumina en ti ese ímpetu de buscar a tu clon.

Después de ver y sufrir esa actitud en su propia existencia uno llega inevitablemente a realizarse la siguiente pregunta: ¿Que haríamos en esta vida sin los espejos?.
No sabríamos como somos...quienes somos. Tendríamos que fiarnos de la imagen que el resto tiene de nosotros para saber como de guapos o atractivos somos o dejamos de ser realmente, si nuestro peinado gusta o no, si esa barba esta más larga de la cuenta o si tenemos unos ojos bonitos.
Tendríamos que fiarnos de la dudosa perspectiva que nos da la posición nuestra cabeza sobre el resto del cuerpo para imaginarnos al completo. No podríamos ver esa cadena de lunares que recorre nuestra espalda de esa forma tan estéticamente aleatoria o apreciar categóricamente la calidad de nuestro trasero.
La verdad...sería sencillamente maravilloso. No veríamos nuestros defectos así que la innumerable lista de complejos e inseguridades que puede desarrollar una persona se vería seriamente mermada, pero, por mucho que nos pese, los espejos existen...

La posibilidad frustrada de un mundo mejor te deja con mal sabor de boca, como cuando te toca el fruto seco amargo del paquete...pero, una vez asumido que en nuestro mundo los espejos son algo vital, ¿por qué debemos aceptar también que lo que reflejan es totalmente fiel a la realidad?.
Quizás estos eliminan la parte mágica de cada uno de nosotros reduciéndonos a una simple figura propia de la familia homínida. Quizás son un invento que distorsiona nuestra visión haciendo que nos veamos como personas normales y corrientes, tanto que incluso se nos olvida que no lo somos, o que al menos, podemos no serlo. Quizás estemos ya tan acostumbrados a como nos representa este invento que se nos ha olvidado como podíamos llegar a ser.
Al menos así me gusta verlo.

¿Quien sabe? Puede que un día te despiertes y descubras esas alas que tienes en la espalda, y claro, como no las habías visto antes, nunca te dio por pensar que podías volar.

1 comentario:

  1. Curioso. Yo también lo pensé una vez.
    Terminé de leerlo y se me esbozó una sonrisa.
    Hay gente que tiene el don de verle alas a las personas que las portan.
    Gente con magia.
    Que tengas una feliz semana :-)

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